miércoles

A pesar de que habíamos jurado no regresar, allí estábamos, otra vez, pegados a la vidriera relamiéndonos con la sola idea de saborear los nuevos viejos helados. Vicente estaba al tanto de nuestra adoración por el chocolate y el limón granizado, de modo que preparaba excesivas cantidades de aquellos sabores creyendo que, quizás de esa forma, pódría contagiar nuestro entusiasmo al resto de la cuadra. Los días se sucedían alegres con las lenguas algo entumecidas por el frío, casi no nos anoticiábamos de los fastidiosos mosquitos que se clavaban en nuestras poco bronceadas pantorrilas...

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